Transición Energética

By March 16, 2018Oil & Gas
transición energética

“Put your circuits in the sea, this is what the world is for, making electricity”, MGMT.

Europa tiene que cambiar de modelo energético. No puede ser que en el debate sobre algo tan importante como la energía se ignore constantemente la competitividad y el enorme coste que suponen las políticas erróneas. En algún momento, deberemos reflexionar.

Algunos datos importantes que nos deben preocupar cuando pensamos en mantener industria y crear empleo:

En la Unión Europea, las pymes pagan entre un 20% más por la electricidad que en China y un 65% más que en la India. Entre 2005 y 2012 los precios de la electricidad en Europa subieron un 38%, mientras en Estados Unidos bajaban un 4%. Si vamos al gas natural, en Europa subieron un 35%, mientras en EEUU bajaban un 66%. Pero lo más grave es que esa tendencia se ha acentuado en los últimos años.

La política “verde” de Alemania ha duplicado la factura de las familias mientras el precio de generación mayorista caía, y encima en 2017 utilizan un 52% del mix eléctrico y un 88% del consumo de energía primario de energías fósiles. La “refoma energética alemana” ha costado ya más de 243 mil millones de euros entre impuestos y “recargos renovables” desde 2000, y las emisiones de gases de efecto invernadero no han variado prácticamente nada desde 2009.

En España, el presidente Rajoy ha empezado unas sesiones sobre Transición Energética y Cambio Climático, con participación de la Administración y de todos los agentes en las que un elemento esencial debe ser la competitividad.

Recordemos que hasta un 33% de los costes totales de las empresas españolas llegan a acumularse en la factura eléctrica (lean “bajemos el precio de la luz”), que se ha disparado en los últimos años por el impacto de subvenciones, costes fijos e impuestos.

 

Es muy sencillo, o buscamos la competitividad además del apoyo medioambiental o el efecto en el empleo y la deslocalización de empresas será exponencial.

 

La Unión Europea no puede ser menos del 10% de las emisiones de CO2 pero a la vez el 100% del coste. China, con el 30%, es el mayor contaminante y la solución es bien sencilla y compleja a la vez. No hacen falta cumbres del clima en localizaciones exóticas y hoteles de lujo. Las mayores empresas carboneras de China –y globales– son estatales y la inmensa mayoría en el mundo están subvencionadas (en España, nuestra izquierda súper-verde también defiende mantener las subvenciones al carbón). Es una decisión política.

Por ello, debemos tener en cuenta que el sector de la energía es clave en la descarbonización, pero no se va a conseguir desde los incentivos perversos y los costes acumulados que penalizan al eficiente a favor del ineficiente, subvencionan al caro y gravan al competitivo, y siempre se escuda en “el año que viene vamos a ser competitivos”. Se lanzan a decir lo baratas que son algunas tecnologías y luego dejan las subastas casi desiertas por falta de subvenciones.

Para descarbonizar la mejor herramienta tecnológica es la energía renovable. Pero las renovables son intermitentes (viento y sol funcionan a tiempo parcial) mientras que el consumo es continuo. Adicionalmente, la tecnología que hoy nos parece el futuro cambia a velocidades espectaculares. El que piense que en diez años los paneles y aerogeneradores van a ser como los de ahora, lo lleva claro.

 

Para descarbonizar, la mejor herramienta tecnológica es la energía renovable. Pero existe el riesgo de gastar demasiado en una apuesta por un futuro “anticuado”.

 

A esos retos se añade el riesgo de gastar demasiado en apostar por un futuro demasiado “anticuado” (llenar el parque de tecnologías en desarrollo es como apostar por el Betamax o el VHS cuando en pocos años desaparece el vídeo). Los sistemas eléctricos, en esa transición, necesitan medios de producción firmes y muy flexibles para dar respaldo a la caprichosa meteorología.

Estos medios de respaldo, hoy, son las centrales de ciclo combinado, que por su misión operan durante pocas, pero imprescindibles, horas. Mientras pensamos en baterías que todavía no son una realidad o soluciones realmente competitivas y viables, hay que utilizar lo que funciona y cumple la función de garantizar el suministro y hacerlo de manera económicamente viable.

Las centrales menos emisoras de CO2, además, son las nucleares, y debido a la elevada carga fiscal están en pérdidas. Las centrales de respaldo con las menores emisiones son las de ciclo combinado con gas y, de nuevo, registran pérdidas por muy poco funcionamiento.

A la vez que ocurre esto, el sistema es caro y además hay sobrecapacidad. ¿No es sorprendente? La respuesta está en una enorme carga de subvenciones, costes fijos y regulados y, además, un sistema que no responde en todo momento a la demanda por ser más volátil. Una gran parte de las energías verdes se venden todo lo que producen, por ley, fuera de mercado, y además están primadas (y luego se quejan de que hay poco mercado), y las que compiten en el mercado mayorista ven ese efecto de desinflación de precios ante el aumento de capacidad pero restricción de la demanda a la que atienden.

CADA PAÍS, SU SOLUCIÓN

Mientras, desde Bruselas se emite el llamado Clean Energy Package, cada país adopta sus propias soluciones:

Bélgica, Suecia y Suiza apuestan por la vida extendida de sus nucleares.

Alemania cierra sus nucleares y ve cómo la factura de la luz se multiplica para sus consumidores residenciales.

Francia busca cerrar sus centrales de carbón en 2023, mientras mantiene su enorme parque nuclear estatal.

Todos apuestan por las renovables, pero no responden al problema del coste.

Ahora que algunas tecnologías renovables son competitivas, la apuesta no puede venir desde el dirigismo, los mercados de restricciones, las subvenciones y los parches regulatorios. Debe venir, como en EEUU desde deducciones fiscales que se eliminan progresivamente, y competir en un mercado abierto, con contratos bilaterales transparentes.

España tiene que encontrar su camino energético con un objetivo esencial. Que baje el precio de la luz ya, no con promesas de competitividades futuras, sino con realidades.

Podemos fomentar la competitividad, abaratando la factura y avanzar en energías limpias, como la renovable, la hidráulica y la nuclear. Como los nórdicos, a los que mencionamos para lo que interesa a los intervencionistas, pero olvidamos que es mayoritariamente hidráulica y nuclear (no sorprende que Nordpool sea uno de los mercados eléctricos más competitivos) y con ciclos combinados de respaldo.

Para poder atender a la demanda de manera adecuada, sin cargar el sistema de costes fijos, tendremos que contar con un combustible fósil que es el más respetuoso con el medio ambiente. El gas natural.

No olvidemos la importancia de la competitividad. Las estimaciones de beneficios de la economía verde han demostrado ser muy cuestionadas en Alemania, donde la creación de empleo neta en el sector ha sido negativa, las quiebras se han dado a pesar de enormes subvenciones y los costes se han disparado sin reducir de manera relevante las emisiones.

Todos debemos aprender de nuestros errores, para solucionarlos. Desde una política que, ahora que presumen de un entorno de competitividad entre las nuevas tecnologías, evite las limitaciones de mercado, los incentivos perversos, los costes fijos acumulados, apoye la eficiencia y baje los costes reales. Aprendamos de los errores cometidos, solucionémoslos, y –por una vez– pensemos en los consumidores y las empresas. 

Publicado originariamente el 4 de Junio de 2017 aquí

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